palabra viva y eficaz

sábado, 16 de julio de 2011

LA BIBLIA

I. LA BIBLIA

«Escríbile las grandezas de mi ley, y fueron tenidas por cosas ajenas»

(Oseas 8:12).

He aquí la queja de Dios contra Efraim. Él nos muestra su bondad al reprender a sus descarriadas

criaturas, y vemos su amor cuando inclina la cabeza atento a lo que ocurre en la tierra. Si quiere,

puede hacerse un vestido con la noche, rodear sus brazos con pulseras de estrellas y ceñir su frente

con los rayos del sol como diadema; puede morar solo, lejos, muy lejos de este mundo, más allá

del séptimo cielo, y contemplar con serena y silenciosa indiferencia todo cuanto sus criaturas

hacen. Puede hacer como Júpiter que, según creían los paganos, estaba siempre en eterno silencio,

agitando a veces su terrible cabeza, mandando a las Parcas según su voluntad, ignorando las cosas

pequeñas de esta tierra, y considerándolas indignas de llamar su atención; absorto en su propio ser,

abstraído en sí mismo, viviendo solo y apartado. Y yo, como una de Sus criaturas, podría subir a

la cima de las montañas en una noche estrellada, y a su mudo silencio decirles: “Vosotros sois los

ojos de Dios, pero no me miráis a mí; vuestro brillo es don de su omnipotencia, pero vuestros

rayos no son sonrisas de amor para mí. Dios, el Poderoso Creador, me ha olvidado; soy una gota

despreciable en el océano de la creación, una hoja seca en el bosque de la vida, un átomo en el

monte de la existencia. Él no me conoce, estoy solo, solo.” Pero no es así, amados. Nuestro Dios

es muy diferente. Él repara en cada uno de nosotros. No existe pájaro ni gusano que escape a sus

decretos. No hay ser sobre el que sus ojos no reposen; nuestros hechos más íntimos y secretos, Él

los conoce; en todo cuanto hagamos, soportemos o suframos, su mirada esta pendiente de nosotros

y su sonrisa nos cobija si somos su pueblo-, o estamos bajo su enojo -si nos hemos apartado de El-

¡Oh! Cuán infinitamente misericordioso es Dios, que contemplando a los hombres no retira su

sonrisa de ellos para que perezcan. Vemos en este pasaje que Dios se acuerda del hombre, por

cuanto dice a Efraim: “Escribíle las grandezas de mi ley, y fueron tenidas por cosas ajenas”.

Observad cómo al ver el pecado del hombre no desecha a éste ni lo aparta despectivamente con su

pie, ni tampoco lo suspende sobre el abismo del infierno hasta hacerle estallar el cerebro por el

terror, para, finalmente, arrojarle en él para siempre; antes al contrario, Dios desciende del cielo

para tratar con sus criaturas, pleitea con ellas, se rebaja, por así decirlo, al mismo nivel que los

pecadores, les expone sus quejas y defiende sus derechos. ¡Oh! Efraim, te he escrito las grandezas

de mi ley, pero las has tenido por cosa ajena.

Estoy aquí esta noche como enviado de Dios, amigos míos, para tratar con vosotros como

embajador suyo; para acusar de pecado a muchos de vosotros; para, con el poder del Espíritu

Santo, mostraros vuestra condición; para que seáis redargüidos de pecado, de justicia y de juicio.

El delito del que os acuso es el que leemos en este versículo. Dios os ha escrito las grandezas de

su ley, pero las habéis tenido como cosa ajena. Es precisamente sobre este bendito libro, la Biblia,

que os quiero hablar. Este será mi texto: la Palabra de Dios. Este es el tema de mi sermón, un

tema que requiere más elocuencia de la que yo poseo, y sobre el que podrían hablar miles de

oradores a la vez; grandioso, vasto e inagotable asunto que, aun consumiendo toda la elocuencia

que hubiera hasta la eternidad, no quedaría agotado.

Sobre la Biblia tengo tres cosas que deciros, y las tres están en el texto. Primeramente su autor:

“Escribíle”; segundo, el tema: Las grandezas de la ley de Dios; y tercero, el trato que han recibido:

Fueron tenidas por muchos como cosa ajena.

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